30 de enero de 2017

Ese monstruo


que aúlla desde las profundidades,
que se acerca, que avanza y se retrae,
que huye y embiste, que se retuerce,

se encorva y se encrespa, se vela, obsceno
se exhibe ingente, que se desfigura
y postra consumido en el abismo,

ese monstruo que es, no es, está,
florece, se mustia, recrece, resiste,
desaparece y regresa, y se evade

con los vahídos del amanecer,
en la ambigüedad del resquebrajado
crepúsculo, que amaga con tronar

—ese monstruo— y trastocar, aturdir
la mente, el éter y el bronco planeta
desorbitado, que se desmorona,

que amenaza el orden-caos del cosmos,
que no llega, que se alza inflamado
a ocupar su espacio de carne y piedra,

que se disipa en la inexactitud
del oleaje, en la fluctuación de
la arena renuente de la resaca,

ese, ese monstruo, que es, no es,
que existe antes de ser, denso, incorpóreo,
ese monstruo, irreversible y efímero,

que desde el silencio se yergue inmenso
—y se desvanece— contra el silencio,
ese irresoluto monstruo: el poema.
.
ēgm. 2017