1 de enero de 2013

Albtraum (El sueño del elfo)


Hoy voy a mostraros, hermosa dama,
los secretos maravillantes
de las profundidades del abismo
y de las leyes de la ignodinámica,
un elfo dormido en tu pecho izquierdo:

vaguedades hacia aquí
y herméticas neblinas contra allá,
en la oquedad del viejo nogal
del fondo del huerto aún
habitan seres de otros cosmos,

no susurres mi nombre,
no grites en la penumbra,
y no te despiertes, sigue soñando,
las dimensiones del tiempo
acechan detrás de la irrealidad,

el caos es una forma del orden
y el orden, la sublimación del caos,
y yo sigo bien en mi nube,
los dioses se acercan a hablarme
de lo que creen que debo creer,

y no quiero estar mejor ni peor,
mas hoy voy a descubriros, dulzura,
los hondos arcanos mistéricos
en las hialinas simas de luz
y de la vieja amiga oscuridad,

buscábamos un cosmos habitable
en la lobreguez del huerto,
y tres segundos después del bigbán
el cerebro se reestructura,
¿qué tú eres?

helio y nebulosas aquí,
galaxias no evidentes tras allá,
en el confín de este universo
soy el dueño del rayo positrónico,
frecuentemente cortocircuitado,

en los cúmulos me cierno,
viajo lejos
a través de los espejos
que aboceto en mi cuaderno
con el lápiz eviterno,

maldita a hora en que pra aquí eu vin,
micra a micra, ámstrong a ámstrong,
y tres femtosegundos más,
mecago en la sombra de mis cojones,
dime, ¿tú sabes jugar?

aunque en la salobral isla asolada,
sin punto ni coordenada,
sí que sí,
toronjil y ajonjolí,
sobre mi nube asoleada,

buscando un mundo más perfecto,
y no me despiertes, sigue ensoñando,
concluimos conformándonos
con un paraíso imperfecto,
en los asteroides la gravedad

no nos deja apenas pensar,
después de la inesperada erección
del relámpago positrónico,
desmenuza, silabea mi nombre,
no mientas en la tiniebla,

y ahora veo que no,
nada de lo que yo preciso
existe en este paraíso,
ay, carámbanos, oh,
ajonjolí arrorró,

muñequita que no te coscas
de que te solfea el aliento
mientras Jean-Luc besa a Pauline
por encima de los subtítulos,
oh, cuernímbanos, mi amor,

el exceso de orden
suele conducir al desorden:
este es el séptimo principio,
damita, de la ignodinámica,
el llamado teorema de Wothreed,

donde mi subrazón subsiste,
cambiaba de amigos como de amantes,
quizá a veces sí y a veces tampoco,
de las procacidades del abismo
como una mierda flotando en el mar,

maldita hora en que aquí vine a dar,
donde solo yo soy yo mismo,
es el caos mi patria
y trece zeptosegundos después
el lóstrego eyaculó,

si olvidas cuál es la causa
confundirás causa con consecuencia,
así roznaba el profeta al chamán
y un yoctosegundo antes del bimbán
ya nadie quedaba allí,

las dimensiones del tiempo
en los vértices del día,
las disensiones del tiempo, mi ardor,
en los vórtices del sueño
resueñan la realidad,

cierto es que yo nunca pude
cumplir los requisitos del sistema,
la consecuencia es la causa olvidada
a la sombra de mis neutrinos,
nadie ha ido, nadie irá

al fondo del frondoso huerto
donde el viento cimbra al laurel,
para llegar a ser feliz
lo único necesario es no ver,
así me dijo la bruja en el antro,

entre el pantano y el cañaveral
bajo la niebla irreal
al alba del primer día fatal
en que la física halló su final
igual que un truño aboyando en la sal,

el equilibrio absoluto es el caos:
esta pues es la decimonovena
ley de la protoentropía,
y lo que tú crees tu realidad,
princesita de celofán,

es la ensoñación de un elfo borracho,
m’petite bâtardette,
y todo lo demás no es nada más
que lo que tú jamás sabrás
del sexo, la poesía y la muerte.

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ēgm. 2013