8 de diciembre de 2011

La princesa, a medianoche,


Iuppiter, admonitus nihil esse potentius auro,
corruptae pretium uirginis ipse fui
Ovidio


cerval se despertó, fría y ardiente
—la crespa cabellera enmarañada
alzando negras ondas en la almohada—,
transida en el recuerdo de un torrente

de oro que cerniéndose a su pecho
llovía bajo el fin de su cintura
y, pronta, con la mano aún insegura
—dudando fuera sueño o daño hecho—,

rozó la herida, donde halló, pungente
y densa, una humedad inesperada
quemando de sus muslos la blancura…

urdimbre de un oráculo impudente
que el dios trabó en la virgen, difamada
por siglos de vender su arcano lecho.


* Júpiter, persuadido de que no había nada tan poderoso como el oro, se convirtió en él para seducir a una virgen. Ovidio, Amores III 8, 29-30. Trad. Germán Salinas.
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ēgm. 2011